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Prólogo
¿Esto es un prólogo? No lo sé. Creo que soy obstinadamente testarudo como
para escribir algo así. Sin embargo, me permito esbozar algunas palabras sobre
mi impresión al leer este libro: “Filosofía chamánica callejera: una ceremonia
entre aullidos y silencios”. Pues, este libro, entre muchas otras cuestiones,
evoca la imagen del otro y sus metamorfosis: un puño atravesando el cielo para
erigirse en astro, el desgarramiento del vate desportillado sobre la calzada, la
búsqueda de una magia volviendo a las entrañas del yo, el simbionte cuyo
origen revela la cópula entre desierto y ciudad, la devastación del sueño
ofuscado por la arquitectura urbana, la piedra y el musgo creciendo a través de
las instituciones podridas.
Cuando leí este libro experimenté conmoción y estremecimiento. Vi la
escenificación de formas bellas donde la exuberancia radica en el
desdoblamiento de los sentimientos humanos honestos y simples. Sin duda el
chamán es el yo lírico que habla en labios de la Poesía para conjurar los
demonios: resentimiento, dolor, rabia, indignación, sufrimiento, violencia. La
experiencia sobre el mundo y la humanidad carga de significación los versos
abigarrados.
Este chamán desarrolla una articulación telúrica de la lengua, digo
telúrica, no refiriéndome al ámbito de la naturaleza, sino al espacio urbano
ordenado como una segunda naturaleza muerta. Digo telúrica porque se asoma
desde el catafalco de una ciudad irresoluta, hablando con la lengua original
despojada de convencionalismos, tipificaciones, normas y categorías:
Mis apasionantes días se esfuman como dioses de rapiña
Desalineo frente al ojo capaz de pulir un zapato como espejo de
[cristalería japonesa
Un silencio de estupefacción me embriaga
Como el delirio de quien se piensa capitán de las mareas
Y la torpeza de prevalecer en el fanal del huracán me golpea
Con atavíos de proteos de cloacas y famélicos succionadores de
falos.